La violencia de género en las relaciones de pareja afecta de forma directa a los hijos/as dentro del ámbito familiar, incluso antes del nacimiento, comprometiendo su bienestar psicológico y su salud general.
Entendemos por violencia de género en la pareja toda aquella agresión física, psicológica o sexual en el ámbito de las relaciones de pareja que vulnera la libertad de la mujer y que tiene como resultado un daño o sufrimiento físico y psicológico.
Este tipo de violencia va a extenderse inevitablemente a los hijos/as en el entorno familiar, que pueden verse expuestos de diferentes formas: de manera directa, estando presentes en el momento de producirse el episodio violento; experimentando la angustia de la madre maltratada, a través del contacto con el padre agresor o ante la percepción de un clima de miedo y abuso. Lo que resulta evidente es que, de una forma u otra, son conscientes de la situación de maltrato y ésta provoca en ellos un intenso sufrimiento y malestar; por lo que es necesario considerarlos como víctimas directas de la violencia de género.
Desde antes del nacimiento de los hijos/as, la violencia ya puede presentarse a través de agresiones, que van a derivar en daños o malformaciones o bien a través del estrés que la situación genera en la madre y que ésta transmite al feto.
Posteriormente, estos menores también vivirán el ciclo de la violencia. Éste fue desarrollado por Leonore Walker en 1979 y está formado por tres fases que describen las dinámicas de violencia en la pareja como un proceso de carácter repetitivo y con posibilidad de cronificarse.
En una primera fase denominada “acumulación de tensión”, el hombre manifiesta su malestar a través de formas de violencia sutil o leve. La mujer, ante estos ataques, intentará controlar la situación calmando al agresor, pero ante la imposibilidad, la tensión seguirá aumentando. Los niños/as son capaces de percibir el clima emocional entre sus progenitores y reconocer algunos signos a través del tono de voz o el lenguaje corporal de los padres, lo que les causa gran intranquilidad. También es posible que traten de intervenir actuando como mediadores con los padres con la esperanza de que el episodio violento no llegue a ocurrir.
En la segunda fase de ”explosión o episodio de violencia”, se produce el daño ya sea físico, emocional, sexual o de otro tipo. Los menores van a sentir un gran dolor al ver a su madre maltratada y manifestarán mucha confusión y ansiedad al no saber cómo reaccionar ante el episodio. Así mismo, pueden intentar ayudar nuevamente a los padres intentando que la situación vuelva a la “normalidad” y manteniendo el rol de cuidador en caso de presencia de hermanos/as.
Por último, en la tercera fase llamada “de arrepentimiento o luna de miel”, el padre maltratador toma cierta conciencia y se produce un arrepentimiento, prometiendo que los actos no volverán a repetirse. A pesar de ello, trata de manipular la situación haciendo creer a su pareja que es la única culpable de lo sucedido. En los hijos/as se produce una confusión de sentimientos ya que los daños de la violencia del padre continúan presentes, sin embargo, la actitud cariñosa y atenta de su progenitor genera expectativas en ellos de que las cosas pueden mejorar.
Sin embargo, sabemos que este estado de reconciliación no dura mucho y vuelven a manifestarse de manera sutil los actos violentos del agresor que van a marcar el inicio de un nuevo ciclo. Los/as menores terminan prediciendo los episodios de violencia y cronificando sus estrategias de adaptación, manteniéndose en un estado de alerta permanente y de desesperanza con respecto al futuro.
Desde las primeras semanas de vida, los bebés establecen vínculos afectivos con sus progenitores que les proporcionan seguridad emocional y sirven como modelos de relación en su vida adulta. Las situaciones de violencia en la pareja impiden el desarrollo de un sentimiento de confianza o de seguridad y la relación con los padres es con frecuencia una fuente de emociones negativas.
Teniendo en cuenta las experiencias traumáticas a las que estos niño/as se enfrentan, la situación de maltrato va a tener un impacto en su bienestar psicológico y su salud general. Así, pueden presentar problemas de comportamiento o incluso retrocesos en tareas del desarrollo que ya habían superado (por ejemplo, tareas como dormir solos o enuresis); y problemas de socialización relacionados con el aislamiento y dificultades en las habilidades sociales. Además, aparecen dificultades en la regulación emocional, problemas de ansiedad, síntomas depresivos y una sensación de desprotección y vivencia del mundo como algo amenazante. Con todo ello, se hace imprescindible situar un foco de atención en los otros protagonistas de la violencia de género: los hijos/as de las mujeres maltratadas.
Orjuela López, L., Perdices, A., Plaza, M., & Tovar Belmar, M. (2005). Manual de Atención a niños y niñas Víctimas de Violencia de Género en el ámbito familiar.
Zamudio, R. L. (2012). A mí también me duele: niños y niñas víctimas de la violencia de género en la pareja. Editorial Gedisa.
Zamudio, R. L. (2015). Problemas psicológicos en niños y niñas víctimas de la violencia de género en la pareja estudio de casos en madres y sus hijos e hijas que asisten a programas de ayuda especializada. Universidad Autónoma de Barcelona.
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