El niño pequeño está abierto a un mundo lleno de aprendizaje. Todo le parece nuevo, todo lo quiere conocer. Utiliza sus recursos para explorar su ambiente, para saborear lo que hay a su alrededor. Sus mayores motores, los sentidos, la voluntad y la imitación. Son las herramientas más poderosas para aprender acerca de lo que conforma su entorno.
Pero, ¿qué ocurre cuando el niño trasgrede los límites de la autoridad y del espacio? ¿Cómo manejamos una situación que va más allá del mero conocimiento e impulso curioso?
En primera instancia, habría que evaluar si es una cuestión meramente exploratoria, o si hay un componente conductual añadido. ¿Está realmente el niño dominado por la curiosidad, o hay algo más allá de eso? Si llegamos a la conclusión de que hay una parte consciente del niño actuando en discordia con las reglas básicas, entonces es hora de hacer algo más al respecto.
Es de vital importancia diferenciar si en lugar de una acción con voluntad, estamos ante una conducta voluntariosa. Si en lugar de investigar, estamos ante el desafiar. Sin embargo, en ambos casos, nos están tratando de comunicar algo: necesitan de nuestra guía. Las conductas disruptivas también son un llamado de auxilio y de necesidad de intervención.
Y, ¿cómo abordar una situación de esta naturaleza? Desde luego, los niños necesitan mucha estructura y límites dentro de la libertad que se les otorga para conocer el mundo. Todos necesitan tener noción de un “hasta donde”, empezando desde su propio cuerpo. En los primeros años de vida, la madre y los adultos referentes se encargan de delimitar las fronteras corporales a través del contacto físico afectuoso.
Progresivamente, esta delimitación corpórea se va extrapolando a otras áreas de la vida: al espacio que lo rodea, hacia las personas con las que interactúa y, por supuesto, ante las pautas de convivencia. Por lo tanto, los conocidos “límites” que los adultos enseñan a los niños, tienen sus cimientos desde el nacimiento.
El niño durante sus primeros siete años, aprende inconscientemente a través de la imitación. Observa y absorbe conductas, palabras y hasta pensamientos de los adultos referentes. Es por ello que es tan importante el cuidado de los sentidos básicos que están en pleno desarrollo. El tener un ambiente adecuado y rodearse de mayores dignos de imitar, es un aspecto fundamental en la salud del niño en esta etapa; él es un órgano sensorio introyectando todo lo que está a su alrededor.
Al aprender inconscientemente a través de la imitación, la mejor manera de educar y disciplinar en esta fase evolutiva, es a través del modelado y unas cuantas palabras. No son necesarias explicaciones intelectuales que harán poco sentido, ya que lo que más valora, es lo que puede observar e imitar. Por ejemplo, si deseamos que el niño recoja sus juguetes, lo mejor es acompañarlo en el proceso. Si queremos que el niño coma con la boca cerrada, nosotros debemos enseñarle a través de nuestra acción.
Otro aspecto importante es ser claro con las reglas, hábitos y valores que se inculcan en el entorno. ¿Qué queremos que se merme en los niños? ¿Qué caminos queremos que recorran? ¿Qué se puede y qué no? Debemos tener los pies bien puestos sobre la tierra a la hora de esperar algo de ellos; pues el tener expectativas muy altas y metas difíciles de alcanzar, puede conducirlos al malestar.
Asimismo, es vital reconocer todo aquello que hacen bien y reflejarles dónde se equivocan. La claridad y la coherencia es primordial para un desarrollo salutogénico; sobre todo, si se transmite con amor y desde un lugar ejemplar. No es lo mismo ser autoridad, que ser autoritario; tampoco ser firme a ser dominante. Los niños necesitan y respetan toda potestad que se ejecuta flexiblemente con paciencia y amor.
Es fundamental que los niños sepan que sus acciones tienen consecuencias. Que todo lo que ellos hacen, producen un efecto. Esto aplica también a cuando se comete un error o falta. Si lastima a otro y éste llora, señalarle que esa acción hirió. Nuestra intención jamás debe ser hacer sentir culpable o humillar; es por ello que intentamos aludir a alguna parte de su cuerpo, y no a su Yo. Por ejemplo, “tus manitas están muy agitadas, y cuando pegan, lastiman.”
Por último, un elemento transcendental para disciplinar o enseñar a niños pequeños es el poder resarcir. Si el niño irrumpe, hay que encontrar una forma de reparar lo que ocasionó. La consecuencia que lo llevará al aprendizaje, debe estar ligada o tener sentido para él. Continuando con el ejemplo del niño que lastima con las manos: después que se señala la consecuencia que tuvo su hacer, una buena forma de reparar sería ayudar al otro a curarse. Es mucho más provechoso que sientan que pueden hacer algo al respecto y no limitarse al castigo, tiempo fuera u otras sanciones ciegas.
En síntesis, el educar a niños conlleva tiempo, paciencia, firmeza y amor. Todo esto dinámicamente combinado para que puedan tener una real experiencia de aprendizaje, tengan una clara noción de hasta dónde se puede llegar, se impliquen en sus actos y sepan que, con cada falla y cada error, existen formas de reparar.
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