Jugar para no enfermar. Muchos podrán preguntarse qué tiene que ver una cosa con la otra. No obstante, tiene todo que ver. Actualmente, se ha evidenciado que los malestares tanto físicos como emocionales han incrementado significativamente en la etapa infantil. Curiosamente, también se ha observado un deceso de la oportunidad de juego libre y creativo para los niños de hoy.
En todas las culturas, el juego es una actividad central en la niñez. Además de entretener a los niños, entreteje situaciones que viven cotidianamente y es un medio para proyectar y elaborar su mundo interno. A través del juego, los niños imitan y se van desarrollando distintas cualidades como la capacidad de solución de problemas de una forma más abierta (pensamiento divergente) y otros procesos cognitivos, como por ejemplo, la lógica matemática y el lenguaje.
Otros de los numerosos beneficios del juego es que los niños forman vínculos con pares, aprenden a ser más empáticos y altruistas y a manejarse de forma menos agresiva. Descubren el mundo a través del movimiento y estimulan sus vías sensorio motrices. Cuando juegan, los niños tienen la oportunidad de hacer y no sólo ser meros espectadores como cuando ven televisión. Esto brinda un sentido de seguridad, fomenta la curiosidad; fundamental para el desarrollo de la imaginación, la cual resulta más tarde en la habilidad para pensar creativamente.
En la actualidad, el juego y sus cualidades han pasado a un segundo plano, siendo sustituido por la enseñanza académica desde muy temprana edad. La vida es mucho más estructurada, competitiva e inflexible, resultando en la necesidad de exigir intelectualmente a niños desde edades preescolares y la búsqueda de la comodidad a través de dispositivos electrónicos y actividades organizadas que no permiten el fluir de lo espontáneo y fantasioso. Todo esto ha conllevado a un enfermar en la niñez, en donde existen altos índices de ansiedad, depresión e incluso autismo en niños muy pequeños.
El juego es sinónimo de salud: física, emocional y social. Es un remedio natural y despierta la capacidad de pensar. Sin el juego, ¿a qué nos atenemos? Según los patrones actuales, nos enfrentamos a más enfermedades mentales, a más niños tristes, nerviosos e hiperactivos. Nos enfrentamos a una disminución de la comunicación asertiva, menos socialización y a un aumento en la agresividad por carecer de habilidades fundamentales para poder vivir en comunidad. Nos enfrentamos a una sociedad que piensa de forma rígida, que no piensa “fuera de la caja” y que no es capaz de encontrar múltiples soluciones a un sólo problema. Nos enfrentamos a una sociedad trastornada, con menos capacidades, más inerte y menos feliz.
¿Realmente es esto lo que queremos para nuestros hijos? ¿Queremos privarlos de lo que realmente necesitan y violentarlos con algo para lo que no están preparados? ¿Queremos “niños genios” pero enfermos? Apelemos a que haya una reformulación de la educación, un cambio de paradigma; en donde el campo de lo intelectual pueda descansar hasta que los niños estén preparados física y emocionalmente para descubrirlo. En donde lo lúdico sea categorizado como prioridad y necesidad y no se les prive de todos los beneficios que esta actividad reparadora trae consigo. En donde no se les vea como pequeños adultos, sino se les permita ser lo que tienen que ser, niños. Y además de ser niños, sean sanos, felices y espontáneos. La genialidad no radica en cuánto se sabe, sino en cuánto y cómo se hace.
Howard, S., Von Kügelgon, H., Jaffe, F., Van Dam, J., Almon, J., Trostli, R. (2010). El Juego: su acción saludable en el desarrollo del niño. Buenos Aires: Editorial Antroposófica.
Blattmann, E., Kischnick, R. (2009). El Juego: su importancia para el saludable desarrollo del niño. Buenos Aires: Editorial Antroposófica.
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