Los síntomas psicológicos y conductuales en la demencia son una fuente de malestar tanto para el paciente como para el cuidador. Su origen resulta de la combinación entre factores biológicos, psicológicos, sociales y ambientales.
Una de las cuestiones más problemáticas que generan sufrimiento en el paciente y a las que se enfrenta el cuidador familiar o profesional, son los síntomas psicológicos y conductuales de la demencia (SPCD). Además, éstos se asocian con una mayor discapacidad cognitiva y funcional y son una de las principales causas de ingreso en residencias.
Las principales alteraciones psicológicas que componen los SPCD son: la ansiedad, depresión, delirios (creencias falsas fundamentadas en interpretaciones erróneas de la realidad, por ejemplo; en el delirio de robo, la persona puede creer que su familia le roba dinero o algún objeto personal), alucinaciones (especialmente visuales y auditivas) y apatía (falta de interés o motivación en las actividades cotidianas). En relación a las alteraciones conductuales más comunes, encontramos la agresividad, la desinhibición, la agitación psicomotriz (inquietud, deambulación, etc.) y las alteraciones del apetito y del sueño.
Aunque no siempre está presente, esta sintomatología aparece en un alto porcentaje de cuadros de demencia y en cualquier momento del proceso evolutivo de la enfermedad, siendo más frecuente en las fases leves y moderadas.
La aparición de los SPCD son el resultado de la interacción entre factores biológicos, psicológicos, sociales y ambientales. Además de que pueden tratarse como un síntoma más de la consecuencia de la propia degeneración progresiva de la enfermedad, también pueden explicarse por otras causas. Una de ellas, son los problemas de comunicación que muestran los pacientes con demencia para expresar necesidades tanto físicas (dolor, autocuidados, movilidad…) como psicosociales (seguridad, empatía, compañía…). Cuando no son capaces de comunicar adecuadamente el problema y las necesidades no resultan satisfechas, se generan estas conductas disfuncionales.
Por otro lado, a medida que progresa la enfermedad, los pacientes pierden capacidad para hacer frente a las situaciones de estrés o para procesar ciertos estímulos. Con la disminución del umbral del estrés, ante situaciones como, por ejemplo, la dificultad para realizar tareas domésticas, la sintomatología conductual será cada vez más frecuente.
Desde la teoría del aprendizaje, también se explica que los estímulos ambientales pueden mantener este tipo de conductas en función del tipo de refuerzo (positivo o negativo) asociado. Así, por ejemplo, prestar solo atención a una persona cuando se comporta de manera agresiva puede facilitar que en posteriores ocasiones actúe de la misma manera para demandar atención. En este sentido, el cuidador tiene un papel importante en la aparición y prevención de los SPCD.
El tratamiento no farmacológico debe considerarse el tratamiento de primera línea para los SPCD, ya que los fármacos solo son eficaces frente a síntomas concretos y pueden repercutir de forma negativa en las capacidades cognitivas.
En primer lugar, es importante identificar el síntoma conductual principal o el más desestabilizador entendiendo sus posibles desencadenantes dentro del contexto de la historia de vida del paciente, su entorno y la enfermedad.
Otra medida que puede llevarse a cabo es la adaptación y modificación del entorno de la persona con demencia a través de la simplificación de tareas y la creación de un ambiente rutinario y sin obstáculos, con el fin de fomentar la autonomía y la orientación.
Por último, pero no menos importante, también es conveniente la intervención con el cuidador para reducir el malestar y el estrés que se deriva de las situaciones difíciles de cuidado, proporcionando información acerca de la enfermedad, así como estrategias de afrontamiento y de manejo conductual de los síntomas.
Hernández Fleta, J. & Gutiérrez León, M. (2011). Manual de actuación en la enfermedad de Alzheimer y otras Demencias. España: Go- bierno de Canarias.
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