La soledad no tiene edad. Se trata de un fenómeno muy complejo y diverso que puede presentarse en cualquiera de las etapas evolutivas que atravesamos a lo largo de nuestra vida, sin embargo, su prevalencia se agudiza durante la vejez.

Tampoco estar solo es lo mismo que sentirse solo. Estar solo es una situación que, cuando es elegida, no necesariamente conlleva connotaciones negativas, es más, puede llegar a resultar necesaria para nuestro crecimiento personal. Sentirse solo es un sentimiento. La soledad no deseada hace referencia a aquella experiencia subjetiva y desagradable que se produce como fruto de la discrepancia entre las relaciones interpersonales actuales y las deseadas por la persona.  

En relación a los factores que inciden en el sentimiento de soledad, podemos identificar aquellos elementos intrapersonales referidos a la personalidad, las expectativas personales o a las estrategias de afrontamiento aprendidas. Otro factor relevante es el del apoyo social, entendido desde dos dimensiones: una perspectiva cuantitativa (el tamaño de la red social o la frecuencia de contactos, entre otros) y cualitativa (la valoración subjetiva que hace el individuo acerca de la existencia de relaciones significativas a partir del apoyo social recibido). Con respecto a la influencia de los factores más externos, destacarían los eventos vitales referidos al proceso de pérdidas o duelos (amigos, cónyuge), el cambio de roles sociales (jubilación) y la pérdida de autonomía. Por último, se tendrían en cuenta factores estructurales (por ejemplo, la accesibilidad al transporte público) y la existencia de recursos y servicios.

Por otro lado, es importante indicar que la soledad tiene una influencia directa sobre el estado de salud, el bienestar y la calidad de vida: aumenta el riesgo de sedentarismo, las enfermedades cardiovasculares y una alimentación inadecuada. Así mismo, puede predecir síntomas depresivos, afectar a la calidad y cantidad del sueño, agravar el deterioro cognitivo y los problemas de salud mental e incluso, incrementar el riesgo de muerte.

La pandemia de la Covid-19 ha sacado a relucir esta realidad silenciada pero ya conocida anteriormente en España. Las personas mayores son el grupo más vulnerable a la aparición de complicaciones y mortalidad ante el contagio por coronavirus, no tanto por su edad cronológica, sino por su edad biológica, vinculada a la inflamación crónica y a cambios en el funcionamiento del sistema inmunológico. Por esta razón, se han tomado medidas preventivas de confinamiento más restrictivas para esta población, especialmente para aquellos que viven en residencias geriátricas. Sin embargo, este aislamiento social impuesto se convierte en una fuente extra en el problema preexistente de la soledad y en las consecuencias que ésta tiene sobre la salud física y psicológica, pudiendo reforzar, así mismo; algunos de los estereotipos negativos asociados a la vejez.

Ante esta situación, se plantea la necesidad de dar una respuesta adecuada a las necesidades y derechos de las personas mayores, que no deben quedar al margen del “retorno a la nueva normalidad”, y priorizar su seguridad, con la finalidad de que puedan recuperar una vida más activa y participativa, relacionándose con el entorno; de manera que puedan generarse estrategias para desarrollar aquellas actividades canceladas por la pandemia que ayudan a combatir la soledad no deseada.

BIBLIOGRAFÍA 

Pinazo-Hernandis, S. (2020). Impacto psicosocial de la COVID-19 en las personas mayores: problemas y retos. Revista Española de Geriatría y Gerontología, 55(5), 249-252.

Sala Mozos, E. (2020). La soledad no deseada durante la vejez, un fenómeno complejo objeto de las políticas públicas. Observatorio de la Soledad-Amigos de los Mayores.